“Proponer cambios en la lengua para adaptarse a la realidad es una opción política. Tratar de impedirlo, también”

Casa de Lectoras Indeseables
12 min readSep 2, 2019
La traductora Begoña Martínez-Pagán es la responsable de la traducción al castellano de “El cuerpo no es una disculpa” de la autora y activista Sonya Renée Taylor.

Este verano hemos leído El cuerpo no es una disculpa, el manifiesto-guía para el autoamor radical de Sonya Renée Taylor. La traducción del libro corre a cargo de Begoña Martínez-Pagán, una de las expertas en el desarrollo y aplicación del lenguaje inclusivo en el español. Es también una traductora e intérprete que añade un punto de vista feminista y queer a su trabajo, o al menos, siempre que le dejan.

Charlamos con ella por teléfono sobre el machismo implícito del español, cómo construir un mundo más justo con el uso de determinadas palabras y la aparición de nuevos retos para los hablantes (como las personas de género no binario o la “invención” de fórmulas inclusivas, que aporten enfoques feministas, antiracistas o anticapacitistas) cuando el castellano “se nos queda pequeño” ante una realidad cambiante, cada vez más diversa.

Háblanos de tu interés por el lenguaje inclusivo y en qué fase estamos de penetración y aceptación de estas nuevas formas.

Algo importante a resaltar es que esos cambios no proceden del entorno académico y luego se populariza su uso entre la gente. Al revés, desde el mundo académico y profesional, tratamos de recoger aquellos lugares en los que, en el uso del lenguaje, determinadas personas se encuentran con que el español tal y como existía hasta hace poco “no daba de sí” para incluir las realidades a las que quieren hacer referencia o la forma cómo quieren tratar a las personas. Es decir, se dan cuenta de que no existen las palabras adecuadas, las maneras de expresar las realidades que estas personas quieren describir. El lenguaje inclusivo es un fenómeno que surge sobre todo desde el feminismo pero que, sin duda, adopta todos los campos interseccionales (antirracismo, lo queer, antigordofobia, anticapacitismo, etc.). En su desarrollo en el castellano se topa con un problema, y es que este idioma “tiende” a ponerle género a todo, ¡incluso los objetos inanimados! (pensamos en la silla, la mesa, el suelo, etc) algo que si lo piensas resulta inexplicable. Si lo miras desde la perspectiva de otros idiomas resulta sorprendente, puesto que tienen otros mecanismos para hacer neutros a las ideas o las cosas. Lo mismo sucede, si lo piensas, con que tenga un género para cada persona -masculino y femenino-. Desde un punto de vista lingüístico, el español tiene un género marcado, el femenino, y uno neutro que es el que generalmente consideramos masculino.

Es decir, en español todo es masculino y solo se señalan las excepciones, la “otredad”, digamos.

Exacto. Entonces, cuando aparecen personas que quieren hacer uso del espacio público y político de manera reivindicativa, pongamos por caso las mujeres, se encuentran con que el español carece de palabras para definirlas. Por ejemplo, los nombres de las profesiones que o no existen o marcan determinados roles de género (son casos como el de “el médico y la enfermera”, “el piloto y la azafata”, “padre de familia y ama de casa”, etc.).

Si miramos el punto de vista de la RAE y los lingüistas más puristas, afirman que en el español solo hay un género marcado, el femenino, y el resto es neutro. Es decir, cuando hablas de un objeto o persona en general siempre te referirás a él en masculino. O lo que es lo mismo: en español todo es masculino, hasta que se demuestre lo contrario.

¿Sabemos por qué sucede así? Si es algo propio del castellano o de las lenguas latinas o se da en otros idiomas de raíz distinta, por ejemplo.

Bueno, el patriarcado es universal-ish. Pero también encontramos lenguas que se han dejado modernizar más fácilmente para reflejar un mundo en el que las mujeres tienen posiciones de poder (y utilizo la cuestión del femenino y el rol de la mujer como ejemplo, podría aplicarse a otras personas con experiencias y reivindicaciones diversas). Una pregunta que podemos hacernos es hasta que punto los idiomas reflejan una realidad y la construyen también. No es una cosa o la otra. Y todo eso es lo que me interesa aplicar en mi trabajo y lo que quiero desarrollar en mi tesis. ¡Me gustaría tener respuestas, pero no las tengo! El objetivo de mi tesis es reflexionar sobre si se puede crear un mundo más justo a partir del uso del lenguaje, donde los hablantes colaboremos de forma consciente e intencional. También se trata de reflexionar sobre las características que debería tener este lenguaje. Al traducir e interpretar, que es mi profesión, descubrimos que tenemos que traducir ideas en otros idiomas para las que no tenemos palabras aún, y hacerlo sin que estas pierdan en fuerza o delicadeza. Mi tesis se centrará en el lenguaje inclusivo, tanto en inglés como en español y establecer relaciones entre ambos fenómenos lingüísticos con el objetivo de definir guías y establecer las estrategias comunicativas comunes.

Todo esto se enfrenta a una oposición que conocemos bien, que dice que todo es una cuestión de corrección política, una moda, que vas de buena persona y eres muy guay, etc. Es complejo ver cuáles son los distintos intereses que se están moviendo ahí. Que lo personal es político se ha convertido casi en un cliché, pero es verdad. Pero también lo profesional. Así que tanto los intentos de cambiar una lengua como la resistencia a hacerlo son opciones políticas. No existe la neutralidad en este ámbito. No es la academia alemana modificando la ortografía y los hablantes aplicando las nuevas reglas. Estamos ante otra cuestión: la gente intentando hablar, explicarse, compartir sus experiencias se topa con limitaciones y encuentra determinadas soluciones. Puedes opinar sobre si te gustan o no, si son más o menos prácticas, pero la necesidad de estos cambios está ahí, forma parte de la realidad. Así que las resistencias al cambio en la lengua son también resistencias políticas a esa nueva realidad. Al fin y al cabo, en el caso de las mujeres, pero también de las personas no binarias, estamos hablando de personas con sentimientos. El borrado de ciertas identidades, la negación al derecho al espacio público y la expresión es una forma de violencia hacia esas personas. No tratar a la gente por su género es violencia hacia esa persona. Más si pensamos que, por lo general, las personas que se invisibilizan o niegan sus experiencias pertenecen a colectivos oprimidos.

Una página interior de “Queer, una historia gráfica” de Meg-John Barker & Julia Scheele, recientemente traducido por Begoña Martínez-Pagán y publicado también por la editorial Melusina.

Además de esos “señoros” académicos y enfant terribles de lo políticamente incorrecto, el sistema tiene formas de poner barreras a la evolución del lenguaje. En el ámbito de la traducción, por ejemplo, se ejerce un control mediante lo económico: se dictamina que constituye un lenguaje correcto y solo se paga lo que encaja ahí.

En mi caso, he tenido mucha suerte con mi editorial que me ha dado mucha libertad de “doblar” el español para que reflejara fielmente las cosas que decían los textos originales que me mandaban a traducir. Pero también hago trabajo comercial, para grandes empresas multinacionales (por ejemplo, aplicaciones para móviles con millones de usuarios). Y encuentras compañías que te dan más libertad que otras. Y lo comprendo porque, al fin y al cabo, tú estás siendo la voz de esa empresa y tienes que trasmitir sus valores… Aunque también los entes corporativos también están formados por personas con distintas sensibilidades. Por ejemplo, he trabajado con agencias traduciendo documentos que formaban parte de proyectos de las Naciones Unidas, y claro, la ONU dispone de unas guías de lenguaje inclusivo, glosarios, etc. Lo tienen muy pensado, vaya. Cuando trabajas en proyectos así resulta muy satisfactorio y tiene sus dificultades, pero te ayuda a mejorar como profesional. También he colaborado con ONGs con mayoría de mujeres en su plantilla con una apuesta importante por el lenguaje inclusivo, ya introducido en las prácticas de la organización. Y luego, claro, te encuentras con empresas que quieren venderle a las mujeres y te encuentras con textos muy feminizados, muy preparados para seducir a la mujer. O, por ejemplo, aplicaciones donde tienes que dar tus datos antes de acceder y entonces te hablan en masculino o femenino según hayas señalado que eres hombre o mujer. En otro caso, con una gran empresa tecnológica le señalamos distintas soluciones de lenguaje inclusivo que aplicamos y lo aceptaron sin problemas. Aunque no lo hubieran tenido en cuenta durante el desarrollo de la aplicación.

En una conversación reciente nos contaste como, incluso en proyectos más convencionales, tratas de introducir fórmulas inclusivas.

¡Hago lo que puedo! Es lo que yo llamo el género ninja, se trata de eludir formas que te obligan a poner un género (“¡Bienvenido!”) y cambiarlas por otras neutras (“Te damos la bienvenida”). También entiendo que ese es mi toque, el estilo que yo aporto a las traducciones y que me encargan determinados proyectos precisamente por eso. Se ha convertido en mi marca, en cierto modo. También es un orgullo cuando ves estas cosas en el mundo.

Este tipo de tácticas “ninja” también te crean cierto conflicto porque invisibilizan a las mujeres, las personas no binarias, etc.

¡Por supuesto! La traducción es un conflicto constante. Y depende de en cuántos marrones te quieras meter en cada traducción. De los traductores se supone que es invisible, puro, que pasa por los textos sin dejar huella. Eso es imposible. Toda persona tiene un conjunto de experiencias que le llevan a traducir de una determinada forma. Es una forma de creación, al fin y al cabo. Pero tampoco me parece bien que me utilicen para hacer pinkwashing de textos que no se preocupan por estos aspectos. No estaría haciendo un buen servicio si dejara todos los textos pulidos en este sentido, en los casos en los que no hay una voluntad del autor de expresar esa sensibilidad en el texto original. Si estoy trabajando para la ONU, para una ONG, una empresa comprometida, pues entonces forma parte de mi trabajo disponer de herramientas para trasmitir esas ideas que sí están en el texto original. Es decir, existe el lenguaje inclusivo en el original porque hay una voluntad de inclusión en el texto original. En casos en que el texto no sea “ni fu ni fa” no sería profesional traducirlo incluyendo lenguaje inclusivo, puesto que añadiría unos matices que no están en el original. En esos casos, me sitúo más como consultora lingüística, preguntando si esa neutralidad es a propósito, explicando las opciones al cliente, etc.

¿Qué tácticas “ninja” podemos aplicar en nuestra vida diaria para emplear lenguaje inclusivo?

En los correos electrónicos, en general, el lugar más prominente donde aparece el género es en el saludo (estimado alumno, queridos amigos y este tipo de fórmulas). Antes utilizábamos la @, pero este recurso lo hemos “perdido” por culpa de Twitter, si lo usas es para etiquetar a alguien). Lo cierto es que no funcionaba en todos los casos. La x (como en “todxs juntxs”, por ejemplo) plantea cierta dificultad en la lectura. Cuando puedo, yo me decanto por palabras que eluden el género. Se trata de pivotar hacia lo más cariñoso o hacia lo más formal (“cari”, “compi” o bien, en lo más serio, ustedes). En entornos más informales, poner simplemente “hola,”. En el caso de niños y niñas, podemos decir “criaturas”, “peques”, etc. En castellano nos permite ignorar el género si utilizamos el posesivo y es algo que vale la pena aprovechar: en lugar de “¿cómo están los niños?” podríamos decir “¿cómo están tus peques, tus criaturas?”

¿Cómo está la cuestión de introducir un tercer pronombre personal, como sucede con el they en inglés? Y ya puestos, ¿cómo va la aceptación de la necesidad de ese otro pronombre?

En castellano se están introduciendo estas fórmulas para referirse a personas de género no binario. De hecho, me gusta destacar el trabajo realizado en las traducciones de series como One day at a time (Netflix) y en Danger & Eggs (Amazon Prime). Allí han utilizado “elle” (por they) y también “elli”, cuando han necesitado utilizar un segundo pronombre neutro. Todo esto se está cociendo en castellano. Esto es gracias a Javier Pérez Alarcón, traductor de estas series, asesorado por Darío Gael Blanco. Se van cambiando cosas, medios o universidades de prestigio aceptan un “tercer” género. La Universidad de Murcia, donde yo doy clase, ha sacado un protocolo contra la violencia de género que hace que sea denunciable el misgendering de las personas trans en clase (de profesor a alumno). Sobre el momento en el que estamos y el grado de aceptación… Pues en 2017 estuve en el World Pride que se celebraba en Madrid, donde me invitaron a hablar, aproveché para ir al Orgullo Crítico. Paseaba por Sol y vi una bandera del arco iris gigante, donde antes solo había merchandising del Real Madrid. Me quedé flipada. Pero también hay que luchar contra el giro comercial, la apropiación por parte del capitalismo, de la lucha LGBTI, y tristemente ahora contra que no nos pongan en determinadas listas y no nos dejen trabajar o que no nos den una paliza por la calle. En Murcia vivimos una serie de ataques nazis en los alrededores de la Universidad y yo que siempre voy con mi chapa con el arco iris, por primera vez, tuve miedo. Incluso lo comenté con mis alumnos en clase, dije “ahora que tenemos los nazis en la puerta es más importante que nunca que veáis que yo la llevo. Tenéis que saber que mi clase es un lugar seguro pase lo que pase fuera”.

Hablemos de tu labor en la traducción de El cuerpo no es una disculpa. Suponemos que has podido aplicar todo lo que sabes sobre lenguaje inclusivo, pero también el texto tiene sus pequeños retos…

Sí, claro, hay un montón de retos. En un momento dado, la autora habla de la conversación que tendría con sus hijos varones. En inglés ella escribe “sons”, claro, que se diferencia de “children”, pero en castellano, como lo neutral es masculino ambas se traducirían como “hijos”. Como el español no tiene masculino exclusivo. No tenemos forma de hacerlo, de hablar de grupos exclusivamente masculinos. Es muy complicado marcarlo en castellano como sí puede hacerse en inglés. El libro es explícitamente inclusivo. Por ejemplo, “la mañana siguiente descubrí que me habían etiquetado en más de 30 fotos de personas de diferentes edades, tamaños, capacidades, orientaciones sexuales y demás (…) necesitaba saber cuáles eran los límites de todas nosotras” — ella dice “us” en inglés que es genérico. Como acabábamos de decir que era gente de todos los géneros ya no me salía poner “todos nosotros”, aunque se refiera a “personas de todos los géneros”. No me parecía alineado con la forma de hablar de un activista.

Es un texto muy político que habla de un montón de identidades y discriminaciones, por ejemplo, capacitismo, racismo, edadismo, transfobia, gordofobia, y añade conceptos de feminismo contemporáneo, algunos de los cuales acuña ella misma, que tenía que adaptar al castellano para que sonara bien, como la compra perjudicial (detriment buying), cuando el capitalismo te hace daño y lo resuelves comprando algo, por ejemplo. Otros son más comunes, como “gender non-conforming children” he traducido como “infancia de género no conforme”. Health trolling, que es habitual en Internet, lo he traducido como “troleo por salud”, cuando alguien oculta su gordofobia en una falsa preocupación sobre la salud de una persona. Esos son algunos de los términos que menciona. Hace mención explícita de su inclusividad, así que no tengo que trabajar mucho en darle visibilidad como en otros proyectos, pero en cambio hace que choque con las limitaciones que se dan aún en nuestro idioma.

Además del libro de Taylor, también tradujiste Tienes derecho a permanecer gorda de Virgie Tovar, también para Melusina. ¿Cómo te sitúas en los llamados movimientos de fat acceptance o body positivity?

Lógicamente yo también me identifico con estos movimientos porque vivo en un mundo, como tú, que me presiona constantemente por ser más delgada de lo que soy… Lo cierto es que tener el cerebro podrido con la preocupación de que lo peor que te puede pasar es estar gorda (no suspender un examen o tener un problema de enfermedad mental o estar desnutrido, etc). Como todas, no sé la cantidad de dinero que he gastado en intentar adelgazar, con el añadido de que en mi familia hay mucha diabetes y se mezcla la preocupación real por mi salud con el health trolling del que habla Taylor. Así que sentí una afinidad inmediata con todo lo que contaban tanto Tovar como Taylor. De hecho, la gordofobia es tal que ni siquiera estar delgada te protege del miedo a engordar o la presión por mantenerte así. Tovar dice que la culpa de la gordofobia no de los gordos, sino de los que la sienten porque son unos intolerantes. Cuando le preguntan si no preferiría estar delgada, ella dice que lo que quiere es vivir en un mundo sin gordofobia. Es como si le preguntaran a una persona queer si no preferiría ser heterosexual o a una racializada si le gustaría ser blanca. El problema es la opresión, no que las personas seamos diferentes. Hay que hacer ver que es la injusticia del sistema global la que lo hace injusto, ¡no cómo se me aplica a mí! La única forma de enfrentarnos a eso es pensar yo tengo una serie de limitaciones o hándicaps, pero también unos privilegios y desde mis posiciones de privilegio intentaré aupar a quien pueda y eliminar las estructuras que generan violencia en la medida de mis posibilidades.

¡Gracias, Begoña!

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Casa de Lectoras Indeseables

El club de lecturas feministas con un plan la mar de ambicioso: leer libros escritos por mujeres y comentarlos.