La frontera de los mapas
Con motivo del mes del Orgullo, Casa de Lectoras Indeseables abre sus puertas a textos originales de autoras lesbianas, trans y bisexuales. En esta ocasión, estrenamos un texto original de Maltita, activista feroz por una bisexualidad visible y colaboradora de la Plataforma de Encuentros Bolleros.
Entre todos los libros de todas las bibliotecas de todos los municipios de la Comunidad de Madrid, hay un total de cinco libros categorizados bajo la etiqueta “bisexualidad”. Uno de ellos trata sobre la bisexualidad en la Historia Antigua, otro sobre prevenir la homosexualidad en la infancia, el tercero es un pequeño ensayo sobre la bifobia en el activismo LGTB, el cuarto comparte etiqueta con “obras satíricas y humorísticas” y el quinto recoge el testimonio de treinta personas bisexuales en 128 páginas. Todos, excepto el primero, están escritos por hombres. Sólo dos están disponibles para préstamo.
Duró muy poco la alegría de descubrir un lomo con la bandera rosa, morada y azul en el estante de libros LGTB de la biblioteca. Duró el tiempo que tardé en de darme cuenta de que había entrado en la sala sin esperanza de encontrar nada que me apelara entre los más de cien libros que componen los estantes de la temática, entre los miles de libros de las cuatro plantas de la biblioteca. La alegría se había esfumado en el trayecto hasta el mostrador de préstamo, mientras leía en la contraportada que el libro (“Bifobia”) era un estudio etnográfico sobre la bifobia dentro del activismo LGTB. Aun así, me fui con el libro a casa, porque un relato negativo sigue siendo mejor que ningún relato, porque era la primera vez que tenía un libro sobre (un aspecto de) la bisexualidad en las manos y necesitaba el consuelo de leer (parte de) mi experiencia estudiada, redactada, editada e impresa en un libro. Ese libro me hacía real, palpable, física.
Sólo por comparar, hay 170 referencias bajo la etiqueta “Homosexualidad” y similares, 25 responden a “lesbianismo” o “lesbianas” (aunque muchos libros sobre temática lésbica están exclusivamente etiquetados bajo “homosexualidad”) y 34 a etiquetas relacionadas con identidades trans. Mi breve euforia estaba más que justificada, pero mi tristeza posterior también. Aquel libro en las manos me recordaba que existía, pero que sólo existía en el rechazo.
Como la brillante Alana Portero dijo en su artículo Definiciones (II de III) en Patreon, “Nadie te sitúa mejor que quien te odia”. La forma de situar la bisexualidad es no situándola, evitando deliberadamente el espacio que hay entre lo homo y lo hetero, reduciendo toda la experiencia bisexual a hacer equilibrios sobre la línea negra que dibuja las fronteras en los mapas. Nuestra vivencia no está cartografiada. La bisexualidad se vive como los no-lugares, transitando la experiencia hetero o lésbica pero sin poder llegar a habitarla, sin poder personalizar las vivencias porque sabemos que no nos pertenecen y porque nos recuerdan constantemente que no nos pertenecen. Ser bisexual es no pertenecer. La normalidad es seductora pero el precio a pagar es seguir interpretando el papel aprendido a fuerza de heterosexualidad obligatoria y renunciar a una misma. Cruzar al margen es un salto al abismo porque al otro lado no se nos recibe, no se nos cree, no se nos acepta, tal vez porque hemos convivido demasiado tiempo con el disfraz de la normatividad para merecerlo. Anécdota o indecisión. Fetiche o agente doble.
Silencio y desconfianza
Cuando el cuestionamiento externo es tan potente, cuando la carencia de referentes es tan obvia, es muy difícil que la propia credibilidad sobreviva. El reconocimiento de la propia bisexualidad es una salida del armario que no aporta paz interna, al revés, la quita. Para llegar a ello, para reunir el valor de pronunciar las palabras en voz alta, hay que haber sobrevivido a infinitos círculos concéntricos de silencio, de inhibición propia y externa, de cuestionamiento propio y ajeno, de inseguridad, de violencia, de desamparo, de soledad, de expectativas impuestas sobre lo hetero y lo lésbico, y aun así, el habla se quiebra, las palabras se rompen y pronunciamos cada sílaba en voz baja, en un susurro, temiendo ser increpadas, esperando que alguien destruya la precaria seguridad que nos ha hecho falta para reconocernos ante el espejo.
No ser capaz de pronunciar las palabras tiene un precio y lo pagamos caro. Los estudios que abarcan la bisexualidad arrojan datos terroríficos sobre salud mental, depresión, relaciones abusivas, violencia sexual, suicidio, acoso escolar y comportamientos autolesivos como abuso de sustancias (incluyendo la epidemia de adicción a los opiáceos en EEUU). La ausencia de referentes nos obliga a crecer con una indefensión y soledad aprendidas que no nos permite sentirnos legitimadas para acudir a recursos para personas LGTB. Esto, sumado a la bifobia endémica de las asociaciones, hace que, a pesar de ser casi la mitad del colectivo LGTB, apenas participemos, apenas existan grupos propios y, los pocos que existen, son los que menos financiación reciben (durante varios años, esa financiación fue de 0$). No nos sentimos bien recibidas en el Orgullo. No nos atrevemos a salir del armario. No se nos considera parejas sexuales o románticas confiables (tanto mujeres lesbianas como hombres heteros). El ostracismo se paga con sufrimiento. La bifobia y la misoginia se pagan con sangre.
El Orgullo es bisexual desde su mismo origen
No olvidamos que el Orgullo nace del disturbio y de la rabia. Marsha P Johnson y Sylvia Rivera, además de mujeres trans, racializadas, trabajadoras sexuales y pobres, eran bisexuales, pero nadie nos lo ha contado. No olvidemos que la madre de la primera marcha del Orgullo en 1970 es Brenda Howard, mujer bisexual. Siempre hemos estado en la Historia, en las asociaciones y en los Orgullos, pero llega el momento de hacerlo visible. Tenemos que reclamar nuestras referentes, nuestras madres, usurpadas por la imposición de elegir entre lo hetero y lo lésbico. Es nuestro trabajo escribir nuestra historia en nuestros propios términos, de renunciar a tutelajes ajenos a nuestra experiencia y diseñados para anularla, de rechazar los parámetros de validez que nunca nos han aceptado y nunca lo harán. Necesitamos derribar los muros de silencio y creernos a nosotras mismas cuando utilizamos la palabra bisexual para explicar nuestra realidad. Hay que salir del círculo vicioso de regalar nuestras energías a cualquier persona que decide disponer de ellas para que justifiquemos nuestra existencia o validez. Si no tenemos patria, inventémosla. Salgamos a la calle, colguemos banderas de nuestras ventanas, pronunciemos las palabras a voz de grito, reunámonos, construyamos espacios seguros, creemos asociaciones, convoquemos asambleas, creemos grupos de trabajo, empecemos clubs de lectura, escribamos artículos, blogs, hilos en twitter, manifiestos, pintémonos nuestros colores en las mejillas, hablemos de nuestras experiencias, señalemos a quienes intentan hacernos desaparecer, salgamos a la calle a reclamar nuestro espacio, dignas, orgullosas, cabreadas y vivas.
El 28 de junio es nuestro día, nuestra historia y nuestra herencia, y ya hemos renunciado suficiente. Partimos de la nada, así que nos queda todo por hacer.