Interseccionalidad, un itinerario
Tras leer juntas El feminismo es para todo el mundo de bell hooks, Clara Timonel realiza un recorrido por las autoras cuya obra se basa en la noción de interseccionalidad. El término hace referencia a la perspectiva feminista que tiene en cuenta cómo las distintas identidades sociales de una persona -género, etnia, orientación sexual, clase social, etc.- se solapa en los distintos sistemas de opresión. Son autoras y activistas negras que narraron cómo la esclavitud, la segregación racial o la discriminación por su etnia no puede permanecer al margen de su visión del mundo y de la lucha feminista.
Corría el año 1851. Tras la intervención de varios pastores evangélicos en la segunda Convención por los derechos de la mujer en Akron, Ohio, Sojourner Truth pide permiso para decir unas palabras. Truth es una esclava emancipada que no sabe leer ni escribir, pero sí expresarse: su breve discurso es tan potente que sus diversas versiones transcritas fueron suficientes para convertirla en un icono. Haciendo honor a su nombre elegido, pronunció unas cuantas verdades, destacando que las proclamas de ciertos párrocos sobre la superioridad innata del hombre recordaban mucho a las proclamas de los esclavistas sobre la superioridad innata de los blancos. Y que ella, mujer, había realizado los mismos trabajos que los hombres y unos cuantos más, ofreciendo sus brazos y manos nudosas como testimonio; siendo esclava, siendo negra, nadie le había ayudado ni beneficiado con el trato deferencial reservado a las mujeres blancas dada su supuesta fragilidad, y sin embargo había aprendido varios idiomas, parido varias veces, huido de la esclavitud y rescatado a uno de sus hijos de ella, y seguía viva para contarlo. «He escuchado la Biblia y he aprendido que fue Eva la que hizo pecar al hombre. Bueno, si la mujer desbarató el mundo, dejadle la oportunidad de arreglarlo de nuevo.» Puntuaba sus frases con la pregunta que quedaría en la memoria como título de su discurso: ¿Acaso no soy una mujer?
Ese interrogante se convertiría en todo un lema entre las activistas feministas negras del siguiente siglo. Atrapadas en arquetipos femeninos al mismo tiempo que se les negaba su feminidad, las mujeres negras se veían sometidas a violencias superpuestas que multiplicaban su vulnerabilidad. Eran mujeres para reproducirse y trabajar dentro y fuera del hogar, pero no para estar contempladas en la reforma del sufragio y disfrutar del avance de muchos otros derechos civiles. ¿Acaso no soy una mujer?, pudo preguntarse Ida B. Wells cuando las organizadoras de la marcha sufragista de 1931 le pidieron que, si se unía al desfile, fuera en la retaguardia, a fin de no soliviantar a los sectores más conservadores del sur; terminó colándose en la delegación de Illinois, la única mujer negra entre un puñado de activistas blancas que quisieron expulsarla.
La raza, la clase, el género y la sexualidad se cruzan en la perspectiva vital de las mujeres negras, y por tanto en sus análisis sobre ella. «Ampliamente utilizado pero cada vez más difícil de definir, el pensamiento feminista negro estadounidense abarca significados diversos y a menudo contradictorios» explica Patricia Hill Collins en la apertura de su libro Pensamiento feminista negro. Desde la proclama de Sojourner Truth hasta la teoría de la interseccionalidad de la abogada Kimberlé Crenshaw, pasando por el womanism de Alice Walker, el ¡Mujeres blancas, escuchad! (White Woman Listen!) de Hazel Carby y el trabajo de la propia Hill Collins, las mujeres afroamericanas han generado ingentes cantidades de textos, definiciones, corpus teórico y movimientos políticos. Un compendio de estos trabajos se pueden encontrar en la antología Feminismos negros de Traficantes de Sueños.
Mientras persista la subordinación de las mujeres negras dentro de las opresiones interseccionales de raza, clase, género, sexualidad y nación, el feminismo negro seguirá siendo necesario como respuesta activista a esa opresión. — Patricia Hill Collins
Una noción que sigue de plena actualidad
Esta respuesta activista sigue retumbando a día de hoy: los movimientos #BlackLivesMatter y #MeToo fueron iniciados por mujeres negras de Estados Unidos. Las mujeres se organizan entre sí creando olas sociales; si los cambios que promueven con alto coste personal pasaran a la historia, rara vez lo harían con sus nombres: Alicia Garza, Patrisse Cullors, Opal Tometi y Tarana Burke. Estas activistas son perseguidas, espiadas y acosadas, y todo esto antes de que intenten siquiera infiltrarse en las instituciones políticas.
A mediados de los años 60, en plena Guerra Fría y con el sistema de segregación de Jim Crow todavía coleando, un grupo de jóvenes comunistas negros fundaron su propio partido: los Panteras Negras. Radicales y guerrilleros, este grupo político fue considerado terrorista por el Gobierno federal, y su historia es fascinante a la par que alarmante, salpicada por conspiraciones, montajes policiales y muertes sospechosas. La reacción fue brutal; las replesalias que sufrieron los miembros de este partido político o cualquier persona relacionada con él fueron cruentas.
Angela Davis, brevemente asociada al partido durante las revueltas por los derechos civiles, fue falsamente acusada como co-conspiradora de un secuestro en California en el que murieron cuatro personas. Las tensiones dentro de estos grupos radicales también era significativa, sobre todo en lo que respecta a las mujeres, que cargaban con el trabajo de logística, mantenimiento y estrategia sin ser reconocidas por sus compañeros y en ocasiones sufriendo violencia a manos de ellos mismos además de la infligida por grupos rivales o la policía. En 1978, Michele Wallace levantó muchas ampollas con su libro Macho negro y el mito de la Supermujer, denunciando el sesgo sexista de los movimientos y organizaciones del Black Power, incluyendo los Panteras Negras. ¿Acaso no somos mujeres? resuena en las proclamas de Wallace, Davis y muchas otras activistas. ¿Acaso no tenemos permitido ser seres humanos? De las manos nudosas de Sojourner Truth a las cicatrices por disparos y las torturas policiales de las revolucionarias por los derechos civiles de la ciudadanía negra.
Otra de estas revolucionarias fue Assata Shakur. Relacionada primero con los Panteras Negras y más tarde con la Armada de Liberación Negra (Black Liberation Army), Shakur fue elegida como principal objetivo en la campaña de los servicios de inteligencia estadounidenses para difamar y criminalizar las organizaciones políticas negras y sus líderes. Tras verse envuelta en un tiroteo que se cobró por víctima a un policía blanco y en el que ella misma resultó gravemente herida, fue encarcelada cuatro años antes de que hubiera una sentencia contra ella, sustentada además en pruebas poco sólidas; dos años después de ser condenada, Shakur consiguió escapar de la cárcel y huyó a Cuba, donde obtuvo asilo político y todavía reside.
La importancia de escribirse a una misma
Assata Shakur como tal dejó de existir en el momento en el que la encarcelaron: lo que se formó después fue una imagen monstruosa, fabricada con la intención de la calumnia y el sabotaje. Shakur desapareció como activista durante mucho tiempo, pasando a la historia como una temible terrorista, conspiradora y asesina. Volvió a escribirse a sí misma en una autobiografía, publicada originalmente en 2001, que es una interesante disección de su propio mito así como de los objetivos a los que servía. Intensamente personal a la vez que política, relata las experiencias de una vida de activismo, narrando las virtudes, debilidades y última disolución de los grupos revolucionarios negros, muchas veces provocadas por el acoso y derribo de distintas agencias del Gobierno.
Escribirse a sí mismas es una tarea que acaece a las mujeres muy frecuentemente, sobre todo a las mujeres marginalizadas. Nadie más te escribe, nadie más te piensa o te recuerda fuera de tus redes más cercanas. Incluso cuando éstas son políticas, es difícil que tu trabajo transcienda a lo hegemónico, quedando tu memoria sofocada al mismo tiempo que los intentos de revolución y cambio. Sobre esta desaparición liminal escribe Gloria Anzaldúa en Borderlands/La frontera, ella misma tan fronteriza como su texto y el título que lo nombra. Chicana, feminista, académica, lesbiana y poeta, Anzaldúa cruza autobiografía, ensayo y poesía en la que es ampliamente considerada su obra maestra, creando una conciencia que ella llama la Nueva Mestiza. La identidad chicana está basada en un país místico, Aztlán, pero ¿acaso no están todas las identidades basadas en liturgia y mito?
¿Y qué pasaría si los mitos de identidad dominante se explicitaran aún más? Numerosas autoras han imaginado distopías basadas en nuestra realidad, demostrando que no hace falta subir mucho el volumen de nuestras imposiciones sociales para crear una civilización prácticamente invivible. Kelly Sue DeConnick y Valentine De Landro son la autora e ilustradora de Bitch Planet, un cómic tan satírico como sutil. En la Tierra de ese universo, ser mujer y salirse de la conformidad (hetero, normativa, unificante) está penado por ley, y el castigo es el destierro a una cárcel de máxima seguridad en otro planeta, llamado popularmente «el planeta de las zorras». No es casualidad que la mayoría de esa población carcelaria sean mujeres racializadas: es muy fácil encontrarte infringiendo las normas cuando estas están pensadas para no encajarte en ellas.
Bibliografía
Feminismos negros, una antología. Traficantes de Sueños. Madrid, 2012. 314 páginas. 25 euros (Disponible en descarga directa como pdf).
Macho negro y el mito de la Supermujer, Michele Wallace. Katakrak. Pamplona, 2018. 336 páginas. 20 euros.
Una autobiografía, Assata Shakur. Capitán Swing. Traducción de Ethel Odriozola y Carmen Valle. Barcelona, 2013. 400 páginas. 20 euros.
Borderlands/La frontera, Gloria Anzaldúa. Capitán Swing. Traducción de Carmen Valle. Barcelona, 2016. 299 páginas. 20 euros.
Bitch Planet 1: máquina extraordinaria. Kelly Sue DeConnick, Valentine De Landro. Astiberri. Traducción de Santiago García. Bilbao, 2017. 136 páginas. 18 euros.