En noviembre visitamos ‘Una habitación propia’ en #casadeWoolf
Virginia Woolf (de nacimiento, Stephen) es considerada como una de las más grandes literatas del siglo XX. Su trabajo, enmarcado en las actividades del grupo de artistas conocido como «círculo de Bloomsbury», mezcla ensayo con ficción para crear una prosa vanguardista, pionera en el flujo de conciencia y la hibridación de estilos.
Virginia se contaba entre los más destacados e influyentes escritores de entreguerras. Su obra fue publicada y leída con asiduidad. Sin embargo, entre su muerte en 1941 y el resurgir de la importancia de su obra en 1970 hay una brecha en sus reconocimientos lo suficientemente amplia como para que se pueda hablar de un rescate. Y es que Virginia se cayó de los diarios literarios en el momento en el que dejó de estar viva para defender su propia obra –a pesar de los esfuerzos del que fue su esposo, Leonard–, hasta el estallido de los movimientos civiles por la liberación de la mujer, que encontraron en muchos de sus textos un importante asidero teórico y didáctico.
Una habitación propia es uno de esos asideros: una reflexión ficcionalizada sobre el trabajo feminizado, los roles de género y las tensiones que genera querer ser más de lo que se espera de una mujer. Basada en sendas conferencias dadas por Virginia Woolf en las universidades femeninas de Newnham y Girton en octubre de 1928, a las que acudió invitada y acompañada por su amante y amiga Vita Sackville-West, los textos se publicaron un año más tarde en el sello editorial de la propia Woolf. Habían pasado tan solo diez años desde el triunfo de la lucha sufragista por el derecho a voto de las mujeres en Inglaterra. Harían falta otros cincuenta años para que el impacto cultural de sus temas fuera plenamente apreciado a nivel global.
Hoy por hoy, Una habitación propia ostenta el estatus de clásico además del de texto feminista fundamental, y Virginia Woolf el de escritora inglesa canónica de la literatura universal (junto con Jane Austen y las hermanas Brönte), pero esa denominación es más o menos reciente y en absoluto imperturbable. Woolf examinó y diseccionó algunos de los mecanismos por los cuales ella, como autora, era “okupa” de un espacio que muchos en las élites intelectuales consideraban o bien redundante o bien usurpado, y cuyo objetivo era expulsarla de ellos. Por esta crítica mordaz y certera –si bien de un tono controlado, como bien expuso Adrienne Rich: el tono de una mujer indignada, muy consciente de estar indignada, y muy consciente de que no debe parecer indignada bajo ningún concepto, sino al contrario, debe permanecer serena incluso cuando recibe ataques– este ensayo de ficción, con sus seis parábolas y sus cuatro Marys, sigue manteniendo la actualidad casi un siglo después de su publicación original.
Superviviente de violencia sexual por parte de sus hermanastros, feminista, psiquiatralizada, queer, Virginia Woolf es una figura compleja y fascinante, y nadie ha escrito tanto sobre ella como sí misma. Leerla es parte fundamental de una genealogía feminista de la que, desde aquí, queremos tomar parte.
Una habitación propia, de Virginia Woolf, tiene tantas ediciones como años desde su primera publicación (¡o más!). En la Casa de Lectoras Indeseables recomendamos las traducciones de Laura Pujol, de 1969 y publicada por Seix Barral, y la de María-Milagros Rivera Garretas, de este mismo año, publicada por Sabina editorial. Del trabajo de Jorge Luis Borges por manipular el legado de Virginia Woolf y tratar de desradicalizar la intención y lenguaje de varias de sus obras hablaremos con detenimiento más adelante.
Una habitación propia, Virginia Woolf. Austral Singular. Traducción de Laura Pujol. Barcelona, 1967, 2018. 155 páginas. 10,95 euros.
Una habitación propia, Virginia Woolf. Sabina editorial. Traducción de María-Milagros Rivera Garretas. 2018. 140 páginas. 14 euros.